Si bien al comienzo del tratamiento, aunque dependiendo de las causas que originaron la enfermedad renal, los pacientes preservan la diuresis (o sea que todavía orinan), con el paso del tiempo, más rápido con la hemodiálisis y más lento con la diálisis peritoneal, esta diuresis va mermando, hasta prácticamente desaparecer (no orinar más). Dependiendo de cuál sea el volumen de orina emitido por día, será la acumulación de líquido en el cuerpo entre una diálisis y la otra. Cuando la cantidad de orina producida se torna insignificante (menor de medio litro entre diálisis), todo lo que la persona beba (agua, sopa, infusiones, refrescos, alcohol, frutas, etc) se acumulará, y deberá ser extraído durante la sesión de diálisis.
Obviamente, cuanto más peso se acumule y haya que perder durante el tratamiento, más riesgo de sobrecarga cardíaca, de alta presión arterial y de sufrir bajadas de presión o calambres durante la sesión. Por todo lo dicho, conviene adoptar una conducta conservadora, comer sin sal, que resultará en menor sed, mejor control de la presión, y consecuentemente menor ingesta de líquido que a su vez hará más tolerable y llevadera la hemodiálisis.